Los que se casan
con el derecho,
deberían aunque
mas no sea una vez en la vida,
verlo a cara
limpia,
sin afeites ni
púdicas perfecciones
verlo en su
despertar
con sus
inevitables lagañas
con sus dolores
viscerales
en su malhumor
en sus días
buenos:
verlo desnudo en
su realidad.
Los juristas, sin
embargo,
seguimos casados
a la antigua,
en lejanía.
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